¿Porqué no escribir sobre una langostita? No sobre
una verde; sobre una marroncita, de tamaño mediano. Como ésta que se presenta silenciosa en la mañanita lluviosa. Debe tener nomás dos cm. de largo, pero sus
piernas sí que son esbeltas, y con ellas pega unos saltos de hasta medio metro. ¡Medio
metro! ¡veinte veces la longitud de su propio cuerpo! Medio metro hacia arriba en el
patio mojado. Igual no le gusta estar bajo la lluvia, por eso se apura para
llegar a la parte seca. Ahí la veo, le veo la cabeza con sus antenitas tras el
zócalo de madera de la cocina.
Esa langostita puede tranquilamente
protagonizar un cuento infantil. Sí, esa. Un niñito o niñita puede pasar un
buen rato observándola. De todos modos la cuestión infantil es así: el bebé de
hasta un año comienza por descubrir la existencia de los insectos como pequeñas cositas
que se mueven, y de acuerdo a la reacción del adulto sabrán si el bicho es
peligroso, asqueroso, aplastable, etc. En el caso de la langostita, se le puede
hacer saber que es inofensiva para el humano tomándola con cuidado por las
patas y colocándosela uno mismo en la palma de su mano. Luego -y quizás- el
bebé podrá seguir sin dispersarse, uno o dos saltos de nuestro insecto
alejándose a toda velocidad de nuestros garfios. (Para los bebés, son mejores
los animales grandecitos, los mamíferos o las aves, preferentemente las que no
se vuelan).
Quienes más "disfrutan" de la langosta son los
chiquitos de entre 2 y 5 años. Ellos sí que van a apreciar sus fugaces saltos, van
a dar exclamaciones de alegría, de sorpresa. Cada vez que el bichito se eleve
por los aires, van a saltar descubriendo, a partir del juego, sus piernas, sus
articulaciones y también las posibilidades y las limitaciones de la propia
naturaleza humana.
Estos niños se harán amigos del insecto, lo
estudiarán de cerca y de lejos como verdaderos biólogos e incluso buscarán
hacer contacto visual mirando fijamente los ojos opacos del efímero animal,
momento en el cual experimentarán, de un modo intuitivo, la inexorable evolución
de las especies.
Después la dejarán ir y seguramente
notarán, al observarla avanzar arrastrándose agotada, que la langostita ya no
salta, porque durante el tibio y tosco manoseo de sus manitas acabaron, sin
querer, por cortarle algunas de sus 6 patas.
Pasados los 5 años y hasta los 12, con el
espíritu salvaje a flor de piel, los chicos sólo querrán 2 cosas con el bicho:
matarlo o descuartizarlo. Y las langostas son híper funcionales a estos
impulsos destructivos ya que todos sabemos lo que sucede cuando se enfrentan
cara a cara a dos langostas: se dan piñas con las patas posteriores hasta que
una logra arrancarle la cabeza a la otra, es terrible. Es terrible porque el
chico se inviste del cinismo de un dios o de un emperador y disfruta de un combate
a muerte gratis y silvestre con total impunidad, ya que en teoría su único
crimen sería el de intentar que las langostas socialicen.
(Creo que las
langostas de odian a sí mismas y que cuando tienen una igual ante sus ojos pierden
la cordura, enloquecen y, creyendo estar frente a un espejo, buscan el
suicidio. Por este motivo la sobreviviente del duelo queda traumatizada de por
vida cuando descubre, no sólo que sigue viva sino que cometió un crimen
horrible).
En suma: la langosta es, además de una plaga en
potencia, un insecto simpático y entretenido para los niños por más de un
motivo, los cuales enumeré hace dos minutos. De todos modos, en todo momento nos
referimos a chicos “estándar” y
langostas "comunes"; nunca se sabe qué puede pasar cuando los raros se
encuentran. Por ejemplo, ¿qué pasa cuando se encuentra una adulta medio rara y
una langosta fuera de lo común?
No tengo las
respuestas para todo, sólo sé que mi langostita marrón acaba de marcharse de la
mano de un escarabajo beige de panza brillante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario